"Femme fatale" | Britney Spears
Fatal, sí, pero al revés de lo que la cantante intenta. Quizás lo más seductor de "Femme fatale", el último disco de Britney Spears, sean las sugestivas fotos que desfilan desde la portada hasta la contratapa del álbum, y que la muestran con el cuerpo de sus días jóvenes y la pose de sus mejores épocas. Las canciones, sin embargo, espantan el entusiasmo inicial. En ellas, la rubia llega a perder hasta la cualidad de rubia: llama la atención acaso de a ratos, más por algunos giros bruscos en el ritmo de los temas que por sus virtudes vocales o por lo pegadizas que pudieran resultar las letras.
Las 12 canciones que integran el álbum sugieren que Spears (o quienes la producen) entiende que el aporte de una "femme fatale" al mundo artístico debe ser un compendio de gemidos y de onomatopeyas que remiten al sexo. De esos están plagados cada uno de los temas, que tampoco encuentran variantes entre sí, ni en la cadencia ni en los retoques electrónicos. Todos parecen sacados de la misma moldura, diferentes solamente en las letras. Entonces el disco llega a convertirse en una única canción de menos de una hora de duración.
No hay siquiera, a diferencia de otros de sus lanzamientos, una canción lenta que le permita al público un descanso en el gimoteo eterno de la intérprete (sólo "Criminal", que cierra el disco, se propone más calmo de los que lo anteceden). Tampoco la varita mágica de will.i.am -el cantante de Black Eyed Peas, que suele bendecir con su sello particular las interpretaciones con las que colabora- logra la hazaña: "Big fat bass", la canción en la que acompaña a Britney, pasa inadvertida. La misma (mala) suerte corre "Drop dead beatiful", el tema al que la cantante Sabi Bangz presta su voz.
Igual de reprochable resulta el exceso de auto-tune (un procesador de audio que permite corregir inexactitudes o errores en las ejecuciones vocales) en el que incurre Spears. Hay tanta manipulación a lo largo de todas las canciones que acaso el oyente llegue a preguntarse si detrás de ellas se encuentra realmente la estadounidense o un robot que la satiriza. El único aliciente plausible para Britney podría ser repuntar la flojedad de los temas con la elasticidad de sus coreografías, aunque tampoco eso es seguro: estos no invitan a bailar ni estimulan el buen humor, como ella declaró que pretendía. Cuanto mucho, dejan descubrir el renacer sensual y corporal de una femme fatale, que más bien es fatídica.